jueves, 13 de septiembre de 2012

ANTAÑO, LA VOZ

[Foto: Alberto Polo Iañez]


Las vestiduras de la nada
son de mi talla,
pero se me han obsequiado
las ropas garrafales
de un mundo que aúlla
                      y muerde.


Y aunque hubo una época
en la que mis sonidos
supieron ser soldados
hoy carezco de los vocablos
que se esgrimen
contra la desesperación,
contra la terrible desolación.


El poema calla.
El poema
      me apuñala.

Herido,
huyo al bosque
esperando dar con el sepulcro adecuado
para las gesticulaciones deformes
de la sangre,
que estrangulada en el latido
me augura
contagio y locura,


He de ver migrar
a los mismos nómadas,
la tribu de los mudos,
en sus balsas de luto
al otro lado de la nostalgia.


Cuántos silencios más
tolerarán mis brazos.


Yo, el marginado
en los corredores del viento,
heraldo de las palabras
que remedan al hambre
olvidé el canto,
aquel himno,
en la profundidad
de la cicatriz más vieja:
              El nacimiento.



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