[Foto: Oleg Oprisco]
He perdido
la costumbre del nombre
cazando entre mis túmulos
la sal que sobra,
monstruo de mi tristeza,
para enjaularla en los pliegues
de otra metáfora.
Aprendí a la fuerza
que los fantasmas
no se purgan con arena.
Me alejé de los muertos
y sus mariposas
ansiando el cese del bullicio,
la petrificación del mundo.
Pero me hallaron,
y dejaron sólo mis huesos
de sol herido de noche,
en la cueva de los cuchillos.
La jaula siempre es pequeña,
y los cadáveres siempre infinitos.
Es tarde para las regresiones,
para el retorno de esa inocencia
donde los niños sonreían pájaros.
Quiero migrar a ese lugar
lejos de todos,
lejos de mí,
tan al borde de la nada.
Ir a ese rincón donde incluso
los grillos prosperan.
que los fantasmas
no se purgan con arena.
Me alejé de los muertos
y sus mariposas
ansiando el cese del bullicio,
la petrificación del mundo.
Pero me hallaron,
y dejaron sólo mis huesos
de sol herido de noche,
en la cueva de los cuchillos.
La jaula siempre es pequeña,
y los cadáveres siempre infinitos.
Es tarde para las regresiones,
para el retorno de esa inocencia
donde los niños sonreían pájaros.
Quiero migrar a ese lugar
lejos de todos,
lejos de mí,
tan al borde de la nada.
Ir a ese rincón donde incluso
los grillos prosperan.
Este me gusta mucho.
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