[Foto: Alberto Polo Iañez]
los árboles se enajenan
junto a los sonidos
precipitados a lo inaudible,
en tanto pierde lustre
aquello que ostentaba
se conjuran las huestes
de lo marchito.
Doliente la orfandad llovizna
sobre la desnudez remanente,
esa intemperie minimalista
de líquenes y moscas
reacia a confesar su nostalgia
del abrigo que otrora
le confiriesen los pájaros.
Entonces el temor a la noche
se me revela inherente
pues incluso en la somnolencia
evoco las texturas del fango
para alimentar a los heraldos
de quienes propagan la ceniza
que antaño fuera mi infancia.
Llega el cese de todo homenaje
en la hora tumultuosa de la escarcha
en la que los demonios
encabritados del letargo
acuden ávidos de conquista
a reclamar bajo el blasón invernal
la corona última
de mi nombre.